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Análisis de la salud mental en el Perú: un camino urgente hacia el ODS 3 y la justicia emocional

  • Foto del escritor: United Peruvian Youth
    United Peruvian Youth
  • 22 abr
  • 8 Min. de lectura

Redactado por: Indira Villagarcía Cantero, Katherin Diana Estrada Torres, Wayra Daniela Chávez Serrano y Yoshelyn Ximena Mamani Paucar


La salud mental importa: una mirada urgente y necesaria


La salud mental es mucho más que la ausencia de trastornos. Se trata de cómo pensamos, sentimos y actuamos en la vida cotidiana. Afecta la manera en que manejamos el estrés, nos relacionamos con los demás y tomamos decisiones. Aunque durante años se relegó a un segundo plano, hoy el mundo empieza a comprender que no puede haber bienestar integral sin salud mental.


A nivel internacional, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que una de cada ocho personas vive con algún trastorno mental. La pandemia del COVID-19 —con su aislamiento social, pérdidas y prolongada incertidumbre— no solo visibilizó esta problemática, sino que la agravó, especialmente entre adolescentes y jóvenes. Se calcula que los trastornos de ansiedad y depresión aumentaron en un 25% a nivel global tras la pandemia. Estamos, sin duda, frente a una crisis silenciosa.


En el caso del Perú, la situación es igual de preocupante. Según el Ministerio de Salud, más de 6 millones de peruanos presentan algún problema de salud mental, y más de 1 millón necesita atención especializada. Sin embargo, la mayoría no accede a tratamiento, ya sea por el estigma, la falta de información o las barreras en el acceso a servicios. Lo más grave es que muchas personas ni siquiera saben que lo que sienten es válido y que merecen ser acompañadas.

 

El vínculo entre salud mental y desarrollo sostenible


El Objetivo de Desarrollo Sostenible 3 (ODS 3) promueve el bienestar para todas las personas y en todas las edades, destacando la importancia de mejorar la salud mental a nivel global. Este objetivo reconoce que la salud mental es fundamental no solo para el bienestar individual, sino también para el desarrollo social y económico de las comunidades.


La salud mental se ve influenciada por una serie de factores tanto individuales como estructurales. Comprender estos factores es clave para diseñar políticas públicas que reduzcan inequidades y mejoren el acceso a servicios adecuados de salud mental.


En este contexto, los determinantes sociales de la salud (DSS) juegan un rol central. Según la Organización Mundial de la Salud (2016), los DSS son “las circunstancias en que las personas nacen, crecen, trabajan, viven y envejecen, incluido el conjunto más amplio de fuerzas y sistemas que influyen sobre las condiciones de la vida cotidiana”. Estos factores abarcan desde condiciones socioeconómicas hasta sistemas políticos que, en conjunto, afectan de manera desigual a los distintos grupos sociales.


La OMS distingue entre determinantes estructurales e intermedios. Los estructurales se refieren al contexto político, económico y social más amplio; los intermedios, en cambio, abarcan condiciones más cercanas a la experiencia diaria, como el acceso a vivienda, empleo y servicios de salud. Estas condiciones influyen directamente en la salud mental y explican, en gran medida, las desigualdades existentes entre distintos sectores de la población.


Factores como la pobreza, la desigualdad y la falta de acceso a recursos esenciales tienen un impacto profundo en la salud mental. La OMS advierte que “las desigualdades sociales producen inequidades en la salud y el bienestar de la población, entendidas como diferencias injustas y evitables en las que los grupos sociales desaventajados tienen sistemáticamente peores resultados de salud que los grupos sociales privilegiados” (Whitehead, 2000).


Esto se refleja con mayor intensidad en las poblaciones más vulnerables —como aquellas que viven en situación de pobreza o sufren discriminación—, quienes están más expuestas al estrés, la ansiedad y la depresión. La exposición constante a situaciones de estrés crónico, como el desempleo, la inseguridad habitacional o la violencia, aumenta significativamente el riesgo de padecer trastornos mentales. Estos factores no solo afectan el bienestar psicológico, sino que también perpetúan un ciclo de exclusión, dificultando aún más el acceso a servicios de salud y a oportunidades que podrían mejorar su calidad de vida.


De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (2022), “la salud mental está determinada por una compleja interacción de factores de estrés y vulnerabilidad individuales, sociales y estructurales”. Entre los factores que afectan directamente la salud mental se encuentran la pobreza, la violencia, la desigualdad y la degradación del medio ambiente. Estos no solo comprometen la estabilidad emocional de las personas, sino que también generan repercusiones sociales y económicas a largo plazo. Por ejemplo, el estrés constante derivado de vivir en condiciones de pobreza o en entornos violentos puede afectar profundamente el bienestar psicológico, interfiriendo en el desarrollo de habilidades cognitivas y sociales esenciales.


El Objetivo de Desarrollo Sostenible 3 (ODS 3), establecido en la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, busca garantizar una vida sana y promover el bienestar para todos. Dentro de este objetivo, se reconoce explícitamente la salud mental como parte del derecho a una salud integral. No se puede hablar de bienestar sin considerar las emociones, el estrés o los trastornos mentales.


La salud mental, por lo tanto, no debe entenderse como un tema aislado. Está estrechamente vinculada con otros derechos fundamentales, como el acceso a la educación, al trabajo digno, y a una vida libre de violencia y discriminación. Cuando una persona no recibe la atención adecuada, se limita su capacidad de desarrollo personal y social, lo que a su vez afecta directamente el progreso sostenible de toda la sociedad.


¿Qué puede hacer el Estado? Un compromiso con la salud emocional


Frente a la complejidad de los factores que influyen en la salud mental, el rol del Estado es fundamental para garantizar una respuesta integral que promueva el bienestar psicológico de la población. En el marco del Objetivo de Desarrollo Sostenible 3 (ODS 3), que busca asegurar una vida sana y promover el bienestar para todos, el Estado debe adoptar un enfoque amplio que combine políticas públicas, acceso equitativo, prevención, atención adecuada y participación comunitaria.


Una primera acción clave es el diseño e implementación de políticas públicas inclusivas e intersectoriales. Tal como señala la Organización Panamericana de la Salud (OPS, 2022), “es esencial incluir la salud mental y el consumo de sustancias psicoactivas en todas las políticas y estrategias, especialmente en las políticas educativas, económicas, laborales y de empleo [...] bajo el liderazgo del sector de la salud”.


Asimismo, el Estado debe garantizar el acceso equitativo y universal a servicios de salud mental de calidad. En el caso peruano, el Ministerio de Salud (MINSA) establece que “el modelo de atención comunitaria en salud mental es el modelo de atención sanitaria oficial en el Perú para la atención de la salud mental de las personas, las familias y las comunidades” (MINSA, 2018). Este modelo promueve una atención integral, descentralizada y basada en los derechos humanos.


Otro pilar esencial es el fortalecimiento de las redes comunitarias. Según la OPS, “la prestación de servicios dirigidos a la salud mental y al consumo de sustancias psicoactivas en la comunidad es el modelo óptimo de atención, al promover la recuperación, facilitar la integración social y promover la dignidad y los derechos humanos” (OPS, 2022).


No obstante, uno de los grandes desafíos en la región es “la escasa formación y disponibilidad de recursos humanos en salud mental” (MINSA, 2018). Por ello, el Estado debe invertir en la formación de profesionales especializados y en la creación de equipos multidisciplinarios que aseguren una atención continua, culturalmente pertinente y especializada.


Finalmente, la participación ciudadana debe ser un eje transversal en todo el proceso de formulación e implementación de políticas públicas. El MINSA subraya que el Estado debe “garantizar la participación ciudadana, de asociaciones de usuarios y familiares, en la implementación de las buenas prácticas comunitarias en cuidado de la salud mental” (MINSA, 2018). Este enfoque fortalece la gobernanza, mejora la calidad de los servicios y asegura una respuesta más alineada con las necesidades reales de la población.

 

Acciones cotidianas para fortalecer la salud mental


Fortalecer la salud mental en nuestra sociedad no solo depende de políticas públicas, sino también de pequeñas acciones cotidianas que promuevan el bienestar emocional en los distintos espacios donde convivimos: la familia, el trabajo y la comunidad. Estas prácticas, aunque sencillas, pueden marcar una gran diferencia en la vida de quienes nos rodean. A continuación, se presentan algunas estrategias que pueden aplicarse de forma directa:


  1. Preguntar por el estado de ánimo

    Comenzar o terminar el día con una pregunta como “¿Cómo te sientes hoy?” puede abrir espacios de confianza y hacer que las personas se sientan escuchadas y valoradas. Este gesto, cuando se repite con empatía y sin juicio, permite identificar cambios emocionales y brindar apoyo oportuno.


  2. Fomentar descansos y respetar los tiempos personales

    Recordar amablemente a compañeros, familiares o amistades que se tomen pausas para descansar, comer o desconectarse ayuda a prevenir el desgaste físico y emocional. Promover horarios equilibrados y flexibles fortalece el bienestar general.


  3. Acompañar en momentos de crisis

    Estar disponibles para escuchar y acompañar a alguien que atraviesa una situación difícil —o derivarlo a un profesional como un psicólogo o consejero— puede ser determinante en su proceso de recuperación.


  4. Realizar encuentros semanales para conversar

    Generar espacios regulares de conversación en el hogar, el trabajo o entre amistades permite expresar emociones, compartir inquietudes y construir vínculos más sólidos. Esto mejora el ambiente y refuerza el sentido de pertenencia.


  5. Difundir campañas de prevención y educación emocional

    En escuelas, comunidades, centros de trabajo u hogares, se pueden organizar charlas o talleres mensuales donde profesionales compartan información sobre salud mental, síntomas comunes y rutas de atención. Esto facilita el reconocimiento temprano de señales de alerta y fomenta una cultura de ayuda.

  6. Compartir información y mensajes positivos


    Difundir historias de superación, frases motivadoras o datos relevantes sobre salud mental puede tener un efecto inspirador. Estas acciones fortalecen la autoestima, promueven la reflexión y refuerzan el valor de cuidarnos emocionalmente.


  7. Incentivar y reconocer el cuidado emocional

    Valorar a quienes se preocupan por su bienestar emocional o el de otros también es fundamental. Un agradecimiento, una nota de aliento o una simple invitación a compartir un momento agradable son gestos que refuerzan una cultura de empatía y apoyo mutuo.


El objetivo de estas acciones es construir una cultura del cuidado mutuo, donde cada persona sienta que su bienestar importa. De esta manera, se puede romper el silencio que muchas veces rodea los problemas de salud mental, y tratarlos con la misma seriedad y compasión que cualquier otra dimensión de la salud humana (Ramírez, 2023).


Conclusiones


La salud mental no es un lujo, es una necesidad. No siempre se ve, pero se siente. No siempre sangra, pero duele. En un mundo que avanza a gran velocidad, hablar de nuestras emociones debería ser tan común como hablar de una gripe. Necesitamos construir un Perú —y un mundo— donde cuidarse también signifique cuidar la mente y el corazón.


El Objetivo de Desarrollo Sostenible 3 nos recuerda que no hay desarrollo posible sin bienestar, y el bienestar comienza por sentirnos escuchados, acompañados y con la libertad de pedir ayuda cuando lo necesitemos. Invertir en salud mental no es solo una cuestión sanitaria, es una apuesta por un futuro más humano, empático y justo.

Así que, la próxima vez que alguien diga "no me siento bien", no minimices, no juzgues. Escucha. A veces, un gesto tan sencillo puede convertirse en un verdadero acto de transformación.


Referencias Bibliográficas


 
 
 

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